lunes, 2 de abril de 2012

Duermo con otro hombre ( primera parte)


Es mediodía y la lluvia insiste en golpear el ventanal del dormitorio de jeannette, como para despertarla. Somnolienta, acomoda la almohada para seguir con su letargo.
 Su pequeño cuarto, un escondrijo con olor a tabaco, encierro y humedad 
asfixia todas las dependencias.
 Arropada con una bata, se levanta al baño, no sin antes tropezarse con 
cds, fotos, libros, medicamentos, colillas de cigarros y algunos papeles sueltos, 
mudos testigos de su cotidianeidad.
 Allí está, frente al espejo rodeado de azulejos, develando una vez más 
su desordenada cabellera y su palidez casi inerte. Mientras el cuerpo le pesa 
sin estar gorda y los brazos parecen jalar hacia abajo sus armoniosos hombros, 
concurre a la cocina: una cafetera dejada por Carlos la espera junto a unas 
tostadas y jugo de naranjas.
Sentada en el comedor diario y apoyando las manos sobre sus mejillas, 
como sujetando su cabeza, empieza a contemplar todo su entorno. Las 
paredes blancas, la lámpara en vitreaux que cuelga del techo y los muebles de 
madera parecen inundar todo su espacio.
 Detiene su mirada en una fotografía adherida al refrigerador. Las 
Cataratas de Iguazú de fondo hacen resaltar una pareja desbordante en primer 
plano. Han pasado cinco años de aquel entonces. Se le humedecen los ojos. 
¿Qué me pasa? –Se pregunta- ¡No puedo contenerme, voy a llorar, otra vez, 
no me gusta sentirme así! ¡Las pastillas, las pastillas! ¡Olvidé tomármelas!- 
Dice regresando desesperada a su cuarto. Fuera de si y desordenando todo, 
hace volar sábanas, cajones, lámparas, libros.- ¿Dónde las habré dejado? – 
Repite muy agitada, mirando por todos lados - Tendré que llamar a la Mary 
para que me las reponga. - Comenta mientras comienza a transpirar helado y 
una picazón invade todo su cuerpo.
 Apoyada en una fría muralla, puede notar cierta intranquilidad en ese 
momento. La sensibilidad y el desequilibrio emergen como hormigueo 
desesperante. Desordenadas fotografías por doquier llaman a múltiples 
recuerdos. Tras unos minutos mirando una que otra, siente correr lágrimas 
que la colman. Carlos ¿cómo pudiste cambiar tanto?- Le pregunta a una 
instantánea que coge entre sus manos arrimándola a su pecho.
La encantaba en aquel entonces: celoso, obsesivo y gran amante 
conseguía seducirla con enfermizas formas de amar que Jeannette 
correspondía eufóricamente, aunque tuviese que coexistir con hematomas 
marcados en sus brazos. Golpes y puñetazos en la espalda, eran serenados 
por eternos masajes que la seducían nuevamente para rendirse a la pasión que 
este hombre le provocaba. La enloquecía su manera de amarla.
Otra fotografía la conecta: grandes lentes oscuros cubren sus ojos. Se 
la tomaron en la oficina donde al parecer sospechaban el camuflaje de 
moretones. Mas se reía, sus compañeras a quienes llamaba “arpías” sólo le 
preguntaban cuánto había pagado por ellos.
 Invadida por estos detalles, alcanza a vislumbrar el momento en que 
dejó de coleccionar sus fotos. Mientras la mandíbula y las manos empiezan a 
temblarle mil imágenes acuden a su mente:
 Fue una noche de Año nuevo: Carlos había prometido estar con ella en 
su apartamento para mitigar la angustiante entrada al año dos mil. El temido 
año cero provocaba pavor en Jeannette. Tenía la esperanza que esta vez 
preferiría acompañarla y no estar con su ex esposa e hijos. Usaría de pretexto 
su terror al “acabo mundo” para ponerlo a prueba.
La vida con él siempre tuvo altibajos. Discutían constantemente; al 
parecer la inseguridad de su compañero por definir el asentamiento de su nido 
lo transformaba. Destacado en su trabajo por su amplia experiencia en el área 
de marketing y su estatura, Carlos lograba despertar admiración en sus 
colegas hombres, no así en el gremio femenino a quienes, en su particular 
forma de tratar, las tildaba de arribistas, apitutadas y traidoras. A menudo les 
agarraba el trasero preguntándoles: ¿Cómo están mis feministas al peo?- 
asegurándose de tomar “distancia” al segundo.
 La esperada víspera del año 2000 no pasó a mayores para el resto del 
mundo, sí para Jeannette pues Carlos no acudió al apartamento. Luciendo un 
elegante vestido con una abertura al costado, permaneció sola, arrimada a una 
mesa con velas, como para iniciar el milenio cargado de romanticismo. Sin 
embargo, ni el delicado maquillaje lograron disimular su compungido rostro.
No hubo forma de comunicarse con Carlos, todo colapsó. El primero de 
Enero del año dos mil, al parecer, “su mundo” se acababa.
Tres semanas después, al amanecer, la puerta del apartamento fue 
descerrajada a patadas. Gritos e insultos se escucharon a lo lejos. 
Sobrecogida, buscando refugio en el baño, Jeannette daba oídos a los 
alarmantes mensajes, mientras escalofríos recorrían su espalda.
-¡¿Dónde estás perra maldita?! ¿Ya te buscaste otro amante? ¿Tiene más 
plata que yo? ¿Dejarás de trabajar pa servirlo? - Era Carlos, quien vociferaba 
a todo pulmón. - ¡Perra estúpida, para que sepas me echaron del trabajo el 
mismo treinta y uno, una jefa me sacó cagando! ¡Mujer tendría que ser!– 
Gritaba fuera de si, mientras una vena sulfurante latía por sobre su frente. Sus 
ojos claros, desorbitados, estaban rojos de ira, palpitantes.
Jeannette, al verse sobrepasada por el griterío salió de su escondite 
para encararlo y con actitud desafiante exclamó:
- ¡Para, para! ¡Qué estas diciendo! ¡Cálmate por el amor de Dios!
Pero un empujón la hizo caer y azotarse en las baldosas. Carlos, tomándola del 
pelo y obligándola a mirarlo le dijo: -¿Cariñitos querís ahora maraca? ¡Ni 
cagando!, ¿Sabís que vai a hacer? -Le gritaba, mientras sacaba unos papelillos 
de su bolsillo- ¡Vai a jalar, maldita, jalar! ¡Con estos polvitos mágicos viviremos 
la raja! ¿Me escuchaste? ¡Jala, perra, jala! Y ¡no me mirís así! -Terminó 
diciéndole mientras la abofeteaba y refregaba el polvo blanco en la cara.
Jeannette intentó zafarse, pero terminó rodando por el piso. Carlos la 
persiguió encolerizado, la alcanzó con una patada que terminó en uno de sus 
muslos.
Cansado y oscilante, Carlos empezó a desmoronarse cayendo a un 
costado del pasillo. La quejumbrosa mujer logró recuperarse a los pocos 
minutos. Entre sollozos y con la nariz sangrante, cogió unas mantas y 
acurrucándose al lado del desquiciado, le susurró: ¿Qué te dieron ahora, mi 
amor? Lo solucionaremos, duerme, duerme mejor, mañana volveremos a 
nuestra cama- Le dice acariciándole suavemente su cabellera, rezando para 
que no despierte.
 Desde ese momento han pasado tres años. La vida de Carlos y 
Jeannette se ha convertido en un infierno. Grandes agresiones siguen 
produciéndose. La poca estabilidad es interrumpida por estampidas de 
violencia, para terminar en llantos, promesas y arrepentimientos, toda esta 
sobrecarga emocional desgastan hasta las más fogosas reconciliaciones.
Una mañana, en un momento de lucidez, Carlos es invadido por insistentes 
ruegos de Jeannette, quien abrazada a su pecho le habla de una posible salida 
al problema.
- Existe un lugar- Le dice- Sé que te podrían ayudar, tendrás que ir. No puedes 
seguir destruyéndote. Me asusto mucho cuando duermes, creo que no vas a 
despertar, estoy pendiente de tu respiración, tus latidos, de todo. Estoy 
cansada y si no cambias tendrás que irte. -Termina diciendo mientras aprieta 
los ojos para no llorar.
Este ultimátum, a pesar de despertar un gran terror en Carlos frente a la 
posibilidad de quedar solo, no logra convencerlo en primera instancia. Al cabo 
de unos días, no obstante, luego de pensarlo paranoicamente y ante las 
constantes escapadas de Jeannette a casa de su amiga Mary, decide 
internarse.
Semanas más tarde, previa orden médica, Carlos inicia el proceso de 
rehabilitación. Una llamada desde un altavoz de la Clínica, le ordena pasar 
mientras un portón se abre para la “bienvenida”. Un bolso negro con útiles de 
aseo y una serie de papeles firmados escoltan a Carlos.
Un año tardaría su tratamiento. Cada cuatro meses de retiro, obtendría 
una semana de permiso para salir. Jeannette a regañadientes acepta las 
condiciones, no sin antes intentar conseguir algún “permisito” especial para 
visitarlo los próximos días.
Después de tres semanas la citan. Entusiasmada, sonriente y con su 
mejor falda corta, acude expectante. Incluso pasa por una perfumería y 
fingiendo comprar un perfume, logra que la “bañen” con uno francés, el más 
caro. Excitada, olorosa y muy segura de sí misma irrumpe en la clínica. Por fin 
–Dice mientras acomoda su cabello- Carlos, amor mío, seguiremos teniendo 
nuestros “encuentros”, bautizaremos el “bañito” de la Clínica- acota 
maliciosamente.
La espera en una sala, con apenas una mesa y dos sillas, le parece 
interminable. Tras largos minutos, una mujer con una suave y tranquilizadora 
voz le pregunta si le informaron el motivo de la cita.
 Sorprendida por la ausencia de Carlos, responde desconcertada:
 -No, me imagino sería para visitar mi compañero.
 -Lo lamento esa no es la razón- contesta la psiquiatra –le informo que 
lo ideal sería que ustedes dos reciban ayuda psicológica, lo antes posible, 
trabajaremos con ustedes, mientras tanto podemos empezar con una 
entrevista- Sostiene, mientras abre un formulario para la internación.
La propuesta hace que Jeannette salte acaloradamente de su asiento
- ¿Está chiflada? ¿Cómo se le ocurre? Yo no consumo drogas, apenas 
me alcanza para los Belmont de a diez ¡Yo no soy la enferma, vieja desarmá!- 
Exclama furiosa-¿Quién se cree que es? ¡Ni a la madre Calcuta le contaría mi 
vida!- termina diciendo a viva voz y con el semblante enrojecido.
 De ninguna manera se quedaría. Aireada, coge su cartera para salir 
rápidamente de aquel lugar- ¡Qué se habrán creído estos loqueros! -replica 
refunfuñando. -Carlito, perdóname pero te esperaré en casa, se dice en voz 
alta, lo que es yo no volveré a poner un pie en tu nueva “casita”.
 Al cuarto mes, Carlos es autorizado para salir y decide visitar a 
Jeannette, previo acuerdo y medicación.
Una casa impecable y remodelada lo recibe, un tanto extrañado recorre 
con la mirada el departamento.
-No me había dado cuenta lo hermoso que es – Dice nervioso
-¿Un café? -Ofrece Jeannette, luciendo un escote revelador.
- Por supuesto- Responde Carlos, dejando el bolso en el piso reluciente. 
El nivel de incomodidad poco a poco disminuye; tras unos minutos abrazados, 
acuden al dormitorio. Carlos inicia una siesta interminable mientras Jeannette, 
como siempre acurrucada a su lado, lo observa una y otra vez, esperando 
afanosamente su despertar. Las horas se le hacen eternas. No resistiendo, se 
decide a acariciarlo lentamente para despertarlo al amor. Carlos sólo responde 
con un: “No me dejes por favor, no me dejes. Te necesito pegada a mí, si 
supieras la tranquilidad que me das en este momento. Por favor no me 
sueltes. Añoré mucho este fin de semana. Necesito descansar a tu lado”-
Termina diciendo mientras un bostezo acusa sus deseos únicamente de 
dormir.
Llegada la mañana Jeannette prepara el desayuno en la misma bandeja 
de siempre para llevarlo a la cama. Sale de la cocina, llena de mermeladas, 
leche y frutas.
-“Amorcito, es hora del desayuno y acuérdate… me debes un 
“abolloncito”- Le dice con picardía. Carlos apenas habla, se le ve algo distraído 
y descolocado. Decide advertirla ante sus cambios físicos: tendrá momentos 
difíciles, a veces se pondrá irritable, lo sacudirán temblores acompañados de 
náuseas, pero de una cosa sí está seguro, jamás le volverá a hacer daño. 
Jeannette lo escucha con atención, y poco a poco lo interrumpe besándolo 
apasionadamente. Mientras lo acomoda para amarlo, le pide que la tome del 
pelo como antes y que la azote contra la cama.
 -¡Por favor no me pidas eso!- Le dice Carlos desencajado.
-¡Pero Carlos, es lo mismo que te he pedido siempre, mi amor!, ¿O es 
que acaso dejó de gustarte?- Un rostro confundido le sigue a un montón de 
interrogantes.
-¿Qué sucede? – Le dice la mujer como reprendiéndolo.
-No, mi amor, creo que hay otras formas. Quiero acariciarte primero, 
disfrutar tu piel, permíteme guiarte yo ahora, quiero estar tranquilo, gozarte, 
amar tu cuerpo.
Jeannette, atónita y con algo de complicidad da paso a los nuevos juegos. de 
Carlos. Recibe quince minutos de caricias, quince minutos más solo para rozar 
lentamente su cuerpo, Carlos se detiene, para peinar con los dedos su 
cabello. Le ofrece un sorbo de jugo natural y compartiendo de la misma copa, 
la hace suya, con mucha dedicación, como siguiendo un libreto.
 Su compañera sin entender, termina levantándose para darse una ducha 
y proseguir su viaje a la cocina por un café y un cigarro. Se acaba de dar 
cuenta que no sintió nada, pero no quiere decírselo, es más: fingió todo. Algo 
raro le pasa, no responde a estos nuevos estímulos.
Una inusual armonía rodea a Carlos. Inteligentemente sobrelleva las 
crisis de abstinencia, con medicinas, terapias grupales, meditación y “salidas” 
cada cuatro meses de la clínica para estar con su amada. Todo este esfuerzo 
lo hace reinventarse para dar sentido a su existir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario